La búsqueda de la identidad y la construcción de la figura materna a través de la escritura de recuerdos en Canción de tumba de Julián Herbert.
Nataliel Meneses
Para decirlo sin miramientos,
no tenemos nada mejor que
la memoria para significar
que algo tuvo lugar, sucedió,
ocurrió antes de que declaremos
que nos acordamos de ello.
Paul Ricoeur. La memoria, la historia, el olvido
La identidad a través de la escritura
Julián Herbert (Acapulco, Guerrero, 1971), poeta, narrador, ensayista y músico; contemporáneo de escritores como Antonio Ortuño (1976) y Yuri Herrera (1970), por mencionar algunos. Pertenece a una generación de escritores contemporáneos quienes comienzan a publicar su obra en la última década del siglo XX o en los primeros años del siglo XXI. Herbert tuvo una infancia difícil, aspecto que se logra identificar en su producción literaria, con una madre que le dio una vida errante por todo México; la cual recupera en Canción de tumba.
Canción de tumba es una novela en la que el autor narra su vida y la de su madre desde el cuarto de un hospital donde ésta lucha contra el cáncer; la obra ha sido descrita como la elegía a la muerte de su madre. En ésta el autor a través de 3 apartados desenvuelve y refuerza, desde la rememoración, su identidad, una identidad que parecía olvidada u oculta debido a los fantasmas de un pasado errático.
Es una novela autoficcional, es decir, lo que se narra en el texto cuenta con aspectos tanto verídicos como ficcionales; Serge Doubrovsky quien utilizó por primera vez este término en 1977, postuló que la autoficción es:
Una forma de escritura que presenta una historia verdadera a través de un discurso ficticio en el que el autor se convierte a sí mismo en sujeto y objeto de su relato, no dudando en involucrar hasta su nombre para proponer un pacto de lectura que imite los principios del pacto autobiográfico, al mismo tiempo que los subvierte. (Citado en Evangelista y Rivera, 2016).
En la novela de Julián Herbert se trata, entonces, de una novela sobre él y su mamá, pero ficcionalizada. El autor se convierte en un personaje de su historia, al igual que su madre, quien es la que desata todo este trabajo de rememoración.
¿Hasta qué punto uno escribe para mantener con vida a alguien o es llevado al plano de la ficción? La madre del protagonista está muriendo de cáncer, él, lo único que puede hacer desde un sillón de hospital es estar a su lado, cuidarla y, mientras tanto, tratar de entender su situación, la situación de ella, la leucemia, la muerte, la pérdida; escribirla y escribirse.
Escribo para transformar lo perceptible. Escribo para entonar el sufrimiento. Pero también escribo para hacer menos incómodo y grosero este sillón de hospital. Para ser un hombre habitable (aunque sea por fantasmas) y, por ende, transitable: alguien útil a mamá. Mientras no esté abatido podré salir, negociar amistades, pedir que me hablen claro, comprar en la farmacia y contar bien el vuelto. Mientras pueda teclear podré darle forma a lo que desconozco y, así, ser más hombre. Porque escribo para volver al cuerpo de ella: escribo para volver a un idioma del que nací. (Herbert, 2014, p. 39).
En la novela, Julián Herbert se crea a partir de la escritura y, de esta manera, se hace presente la conciencia de la misma; es decir, escribe para entender, para hacer menos incómodo lo que está pasando, para recuperar del olvido los recuerdos de su vida y quién fue su madre. El autor al volverse un personaje de su obra, lleva a cabo un trabajo de identidad, ya sea para generarla a través de la ficción o para reforzarla; tiene la oportunidad de reflexionar, no sólo sobre lo desconocido, lo doloroso que es ver a su madre muriendo en un cuarto de hospital, sino también sobre sí mismo, sobre quién es y los pasos que lo han llevado hasta dónde se encuentra en ese momento. Entonces, la escritura en Canción de tumba le sirve para conocerse a sí mismo, o para reencontrar lo que se había perdido, a partir del reconocimiento del cuerpo y la vida de quien fue su madre. Todo organismo es de algún modo hijastro de la enfermedad, en este caso, la madre del personaje está muriendo de cáncer; la leucemia ahora es su madrastra, su calavera, su retórica.
La persona que firma y establece con el lector un contrato o un pacto de lectura, lo hace en el sentido jurídico del término, responsabilizándose por lo que dice, pero mucho más allá de eso, y mucho más acá del lenguaje, esa persona se escribe, y por el hecho de escribirse, ya no puede hacerse cargo de la verdad que propone contar y se pierde en el pasaje de los recuerdos a la escritura. El testimonio, dice Agamben siguiendo a Lyotard, implica la imposibilidad de testimoniar. Del mismo modo, escribir la propia vida implica también su propia imposibilidad. (Musitano, 2016).
La escritura de recuerdos es el método mediante el cual se desarrolla esta obra, es decir, se escribe a partir de la memoria del narrador, entonces cuando Julián Herbert decide escribir sobre su madre a través de él, está perdiendo toda capacidad veritativa de la narración; escribir sobre sí mismo implica la imposibilidad de lo verosímil. La retórica del autor es, entonces, la forma en que constituye la novela, en forma de capas que se superponen, frágiles todas, pero llenas de verdad poética.
En la novela, el personaje reformula, a través de sus recuerdos, la identidad que posee intrínsecamente a lo que fue su infancia, su adolescencia y lo que es su vida como adulto:
De niño me llamaba Favio Julián Herbert Chávez. Ahora me dicen en el registro civil de Chilpancingo que siempre no. El acta nueva difiere de la original en una letra: dice «Flavio», no sé si por maldad de mis papás o por error de los nuevos o los viejos burócratas. Con ese nombre, «Flavio», tuve que renovar mi pasaporte y mi credencial de elector. Así que todos mis recuerdos infantiles vienen, fatalmente, con una errata. (Herbert, 2014, p. 78).
Aquí se hace evidente la necesidad del narrador por concebir su propia identidad que, aparentemente, no es como la recuerda, y es a través de la escritura que quiere desenmarañarla. A partir de este pasaje pareciera ilógico que la identidad pudiera verse destruida o completamente modificada, mas no es una letra y el nombre distinto el eje principal de una identidad, sino los recuerdos que se tienen y las emociones que los marcaron. Julián Herbert, a través de la palabra escrita recupera la memoria de su madre desde la vida de él, pero con esto también encuentra un nuevo significado a todo lo que fue su infancia y lo que es ahora, y así reformula su identidad. La errata en su nombre sirve para hacer consciente al narrador de que lo que es y lo que recuerda no es como lo cree.
La construcción de la figura materna a partir de la memoria
El trabajo de Julián Herbert a partir del enfoque de la memoria no sólo funciona para la búsqueda de la identidad y su formulación, sino también para reconstruir la figura de la madre quien está muriendo de cáncer. Ahora bien, esta novela, como ya se mencionó, es una obra inscrita desde la autoficción, por lo que en lo respectivo al uso y los abusos de la memoria no se pretende juzgar de cierto o falso lo que el autor narra en sus páginas. La única intención que se tiene es la de conceptualizar el trabajo de rememoración que llevó a cabo el escritor a partir de, y con la intención de mantener la imagen de la madre viva, así como hacer justicia a su recuerdo y luchar contra el olvido. Para ello se toman como base de apoyo teórico algunos aspectos del trabajo del filósofo francés Paul Ricoeur, en su libro La memoria, la historia, el olvido; sin embargo, al tratarse de un tema sumamente amplio, sólo se recuperan algunos de sus conceptos como el uso y el abuso de la memoria o los márgenes entre la imaginación y cómo se elaboran los recuerdos.
En cuanto pasada, la cosa recordada sería pura Phantasie, pero, en cuanto dada de nuevo, impone el recuerdo como una modificación sui generis aplicada a la percepción; desde este segundo aspecto, Phantasie pondría en “suspenso” (aufgehobe) el recuerdo, el cual sería por ello cosa más simple que lo ficticio. (Ricoeur, 2013, p. 72).
Canción de tumba de Julián Herbert es una novela que encuentra su fundamento en los recuerdos de su autor. Se puede intuir, entonces, que recordar de algún modo es inventar ficciones, ya que la memoria sólo ofrece una imagen parcial del mundo. El uso de la memoria es en todo momento vulnerable y cuando el trabajo conlleva una etiqueta de ficción se expone la vulnerabilidad de la misma:
Digámoslo en dos palabras: el ejercicio de la memoria es su uso; pero el uso implica la posibilidad del abuso. Entre uso y abuso se desliza el espectro de la mala “mimética”. Precisamente por el abuso, la intencionalidad veritativa de la memoria queda amenazada totalmente. (Ricoeur, 2013, p. 82)
La novela de Herbert se construye desde la escritura de recuerdos, pero no cualquier recuerdo, sino los que son incentivados a partir de la enfermedad que padece su madre: leucemia.
Con la rememoración, se acentúa el retorno a la conciencia despierta de un acontecimiento reconocido como que tuvo lugar antes del momento en que ésta declara que lo percibió, lo conoció, lo experimento. La marca temporal del antes, constituye así el rasgo distintivo de la rememoración, bajo la doble forma de la evocación simple y del reconocimiento que concluye el proceso de recordación. (Ricoeur, 2013, p. 83).
Entonces, Julián Herbert, a través de la enfermedad de su madre se da a la tarea de dar reconocimiento a la vida de ella a partir de la rememoración. La memoria tiene la función de traer al presente recuerdos de acontecimientos o sucesos ya pasados:
Si el cuerpo humano fue afectado una vez por dos o varios cuerpos simultáneamente, en cuanto el alma imagine más tarde uno de los dos, se acordará también de los otros”. Esta especie de cortocircuito entre memoria e imagen se coloca precisamente bajo el signo de la asociación de las ideas: si estas dos afecciones se unen por contigüidad, evocar una –por tanto, imaginar–, es evocar la otra, por tanto acordarse de ella. La memoria, reducida a la rememoración, opera siguiendo las huellas de la imaginación. (Ricoeur, 2013, p. 21).
Se puede hablar de dos maneras en las que este ejercicio es realizado; la primera es mediante la evocación: cuando una imagen semejante provoca que la imagen ausente, pasada, sea traída al presente. Y la segunda cuando deliberadamente se lleva a cabo el ejercicio de la memoria buscando por los momentos que, se reconoce, sucedieron en el pasado.
Entendemos por evocación el advenimiento actual de un recuerdo. A ella reservaba Aristóteles el término de mnémé, mientras que con el de anamnesis designaba lo que nosotros llamamos más tarde búsqueda o rememoración. Caracterizaba la mnéme como pathos, como afección: puede suceder que nos acordemos, de esto o de aquello, en tal o en cual ocasión; percibimos entonces un recuerdo. (Ricoeur, 2013, p. 46).
En la novela de Julián Herbert, se pueden hablar de ambos procesos, la memoria es evocada en primera instancia por la enfermedad de la madre que trae arraigada consigo la sentencia de muerte, y así el narrador habla de su experiencia con la muerte, la primera ocasión que estuvo en contacto con el suceso; pero también hace un ejercicio de rememoración en el que a pesar de todo, lucha porque el recuerdo de su madre no se vaya al olvido:
La búsqueda del recuerdo muestra efectivamente una de las finalidades principales del acto de memoria: luchar contra el olvido, arrancar algunas migajas de recuerdo a la “rapacidad” del tiempo (Agustín dixit), a la “sepultura” en el olvido. No es sólo el carácter penoso del esfuerzo de memoria el que da a la relación ese matiz de preocupación, sino también el temor de haber olvidado, de olvidar todavía más, de olvidar mañana realizar tal o cual tarea; pues mañana no habrá que olvidar… acordarse. (Ricoeur, 2013, p. 50).
En toda la Canción de tumba de Herbert se puede percibir esta lucha contra el olvido, es decir, cualquier recuerdo o historia que narra el personaje durante la novela siempre es para traer del pasado la figura de la madre y mantenerla presente. En ningún momento de la novela el narrador deja de ser consciente de lo que está pasando y por quién es que está desarrollándose la historia.
Para Paul Ricoeur (2013), “El deber de memoria es el deber de hacer justicia, mediante el recuerdo, a otro distinto de sí.” (p. 120); por lo que se puede intuir que Julián Herbert con Canción de tumba intenta hacer justicia a la vida de su madre mediante la rememoración.
La memoria es el puente que sirve para conectar la vida del personaje con la agonía de su madre; estando en el hospital, el narrador se da a la tarea de entender lo que le está sucediendo a ella, pero también traer la imagen de su vida a través de sus recuerdos: “el recuerdo de uno sirve de reminder para los recuerdos del otro.” (Ricoeur, 2013, p. 60). Con ello, Julián Herbert intenta reconocer y reafirmar su vida; como mencionó Ricoeur (2013): “El momento de la rememoración es, pues, el del reconocimiento.” (p. 62).
En este trabajo de rememoración, el autor también formula una imagen de su madre a partir de 4 figuras poéticas: Mamá calavera, Mamá retórica, Mamá madrastra y Mamá leucemia:
a) Mamá calavera narra una anécdota de la infancia, cuando vivía con su madre en uno de los tantos prostíbulos en que trabajó, en la que el pequeño Herbert sueña que Marisela era la muerte, “una calavera blanca y dura con olor a inyecciones” (Herbert, 2014, p. 37). Esta pesadilla se asoma como una de las primeras imágenes que llegan a la memoria desde la infancia del autor:
Me desperté de un brinco, llorando entre los cantantes. Mamá quiso abrazarme pero yo, con los ojos abiertos, seguía viendo en su cara la cara de la muerte. Quise zafarme de ella y saltar de la pick-up. Marisela me sujetó con ambos brazos contra su pecho. Me calmó. Me recordó quién era. Lo dijo varias veces:
-Soy yo, Cachito. Soy mami. (Herbert, 2014, p. 37).
La presencia de la enfermedad y la sentencia de muerte hacia la madre incentivan los recuerdos asociados a la muerte que el hijo tuvo desde pequeño, como el sueño en el que su madre era la muerte.
b) Mamá retórica es en el cuarto de hospital desde donde discurre la historia, una mamá con leucemia, acostada en una camilla con estreñimiento, dolor de muelas y “la máscara negra” de la quimioterapia enchufada. En esta figura el ejercicio de la memoria trae las primeras enseñanzas que Marisela dio a su hijo:
Me enseñó, por ejemplo, que una ficción sólo es honesta cuando mantiene su lógica en la materialidad del discurso: ella mintiendo a los vecinos sobre su origen y su oficio con un vocabulario exquisito, incomparable al del resto de las mujeres del barrio, imposible de imaginar en la voz de una prostituta que no cursó más de dos años de escuela elemental. (Herbert, 2014, p. 40).
Las enseñanzas de la madre no son lo único que se trata en este apartado retórico, sino también la presencia de la muerte a través de la leucemia y el sentido que tiene el texto a partir de una enfermedad fulminante: “Quiero aprender a mirarla morir. No aquí: en un reflejo de tinta negra: como Perseo atisbando, en el envés de su escudo, la flexión que cercenaba la cabeza de Medusa.” (Herbert, 2014, p. 39).
Es la incomprensión por el cáncer y estar en un cuarto de hospital cuidando a su madre moribunda lo que hace que el escritor discurra a través de la memoria sobre las hojas de lo que es Canción de tumba.
c) Mamá madrastra presenta el resentimiento y el odio que el autor predicó por su madre durante muchos años, antes de la leucemia. Los recuerdos aquí vienen en la tinta de un pasado truculento: la adicción por la cocaína, matrimonios y paternidades fallidas, los años de odio hacia su madre, todo para terminar con la catarsis y el amor intacto que siempre ha tenido por ella: “Que la he amado siempre con la luz intacta de la mañana en que me enseñó a escribir mi nombre.” (Herbert, 2014, p. 44).
d) Mamá leucemia es el recuerdo de cuando aparece el cáncer en su madre, una mujer de sesenta y cinco años que vive bajo el cuidado de su hija Diana en una casa con fachada color azul rey y ventanas redondas pintadas de blanco. En este último capítulo del primer apartado de la novela se presentan los recuerdos como una avalancha, la poca experiencia con la muerte, la vida errante del autor con su madre y sus hermanos por varios estados del país; el ejercicio de la memoria desde el hospital le permite al autor reformular historias de su infancia y adolescencia, como la primera vez que estuvo en contacto con la muerte, el oficio de su madre para sacar adelante a sus hijos, la poca educación que les pudo heredar. En este apartado, cuando el hijo es despojado de su vida y de su tiempo, lo único que le queda es escribir para entenderse dentro del cuarto de hospital, para entender la maldición de su madre a través de la memoria.
Enfermar posee un daltónico rango perceptivo que va del arruinamiento de tu fin de semana al horror. La sensación más aguda de ese tren no se halla en los extremos sino en alguna zona indefinida del trayecto: el dolor pulido hasta la condición de diamante intocable. Alguien te conecta de pronto a un cable de intensificación. (Herbert, 2014, p. 47).
En Mamá leucemia, el autor discurre sobre la vida de su madre, los fracasos, las épocas de proliferación, por llamarlas de algún modo, su trabajo de prostituta, la huida de casa de Jorge, su hermano mayor, las personas que se cruzaron en su camino, Don Ernesto, los hermanos Durand, entre otros recuerdos.
Para concluir se puede decir que el trabajo que Julián Herbert realiza con Canción de tumba no sólo intenta hacer justicia a la vida de su madre o mantener su recuerdo vivo al llevarlo al plano de la ficción, sino que a través de su narrativa también da forma a su identidad, desde las figuras que desarrolla con respecto a su madre, hasta el último momento en que ésta falleció en el Hospital Universitario de Saltillo.
Bibliografía
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· Pacheco, Cristina. (2013). Conversando con Cristina Pacheco: Julián Herbert. Canal once. Recuperado de https://www.youtube.com/watch?v=e07jXm78KGE
· Entrevista a Julián Herbert. (2012). Revista Lee+ de Gandhi. Recuperado de: https://www.youtube.com/watch?v=Cwp7Wp_law0
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