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Retrato musical de mi ansiedad

Foto del escritor: EDITORIALEDITORIAL

Actualizado: 7 ene 2019



Guitarra en Nirvana
José Fernando Torres Rodríguez

Carlos Ostermann


Me reconozco como un ser sensible y fiel creyente de que mis virtudes y defectos pueden coexistir y derivar en momentos trascendentales. Sin poder (ni pretender) desprenderme de todo lo que soy, lo único que me resta es recolectar experiencias y darles el valor que merecen para que terminen por formar parte irremediable de lo que seré.

Padezco de ansiedad (de la que, como muchos, puedo hablar largo y tendido) y vivir con ella me ha enseñado a tomarme el tiempo, a ser paciente, a escuchar. He pasado malos momentos, terribles si así quisiera llamarlos, pero me he quedado con aquello que es sano para mi espíritu y que acostumbro revisitar, sirviéndome de los recuerdos y el corazón, para introducirme con voluntad a momentos cargados de placer. Ejemplos podría dar muchos, decido en esta ocasión hablar de una combinación en particular: momentos en el que la música me ha servido para canalizar esos latidos salvajes de mi pecho y los truenos arrítmicos de la mente. Cuatro discos que han pasado por mi vida y que, como un buen cuento, un gran filme o un lugar querido, son relevantes para mí en aspectos diferentes, pero todos de manera muy íntima. Lista no exhaustiva, sin orden particular, que se atañe a la ocurrencia vertiginosa de escribir estas líneas.


1) Pieces in a modern style; espacio creativo.


William Orbit fue uno de los primeros nombres que conocí del extenso e interesante país de la música ambiental, re(li)gión peligrosa pero de relieves asombrosos. Con el tiempo descubrí que se trata de alguien relevante en el género y que banditas como Blur o solistas como Madonna voltearon a ver su trabajo para incluirlo luego en la producción de sus propios materiales, geniales a su manera, como el Ray of Light. Sin embargo, sus trabajos en solitario destacan por su propuesta y fusión, predominantemente, una combinación de electrónica, cuerdas y ambient. Sin ser un músico de culto como podría serlo un Brian Eno, Pieces in a modern style es un arma poderosa dentro de su discografía que lo ha encumbrado en el recuerdo.

Hurgaba yo en los recovecos de Youtube una noche en que tenía un ensayo pendiente por escribir (he olvidado su identidad, creo que para bien) y había en la habitación un bicho nauseabundo, un pensamiento negativo que no dejaba que las palabras saliesen. El azar me llevó a una playlist que presentaba, entre otras canciones interesantes, algunas de las piezas de este disco. De inmediato busqué el material de origen saltando algunas normas legales de la internet y al dar play se hizo la calma. Las primeras pistas corrieron con un yo impávido, no ante la maestría ni la genialidad, sino ante lo extraño (así lo sentí en esa primera escucha) y en algún punto del tracklist de pronto ya estaba escribiendo; reacción producto de la fascinación, no de un ente místico ni mucho menos. Antes de que terminara el disco había finiquitado aquel escrito y ahora mi total atención le pertenecía a William Ørbit y sus composiciones del todo novedosas e interesantes para mí. Profundo a su manera, bello por cuenta propia, Pieces se convirtió desde entonces en un espacio recurrente que visito cuando hay algo que redactar lo escucho ahora, de hecho pues sin ser el detonante único, sí es el catalizador de una útil tranquilidad. No es el único álbum al que recurro para estas intenciones, pero sí uno de los que más añoro.

Gran parte del disco destaca por su engañoso minimalismo, pues si bien puede servir como white noise, su estructura es un tapiz que esconde grandes ideas que sutilmente se desenvuelven en hilos de colores distintos. No lo pondría en mi lista de álbumes favoritos; no es un disco que solo escuche sin hacer otra cosa más, pero es una de mis cartas para poner todo en su lugar, enervar ideas y vaciarlas en el papel. Tampoco lo considero para mis lecturas, pues entonces acudo a otros géneros.

Recientemente me enteré de la existencia de una segunda parte de este disco, ambas separadas por casi década y media, pero el William Orbit de este siglo ha cambiado. No lo juzgo, también yo he cambiado, pero mi sensibilidad aún no se desarrolla para disfrutar su obra actual. Me quedo con el primero.


Piezas clave: Ogive No. 1, Cavalleria Rusticana, Xerxes.


2) XXYYXX; limbo necesario.


Como muchos, y con distintas intenciones, solo o acompañado, soy un seguidor ferviente de Dionisio. Nuestra, como seres imperfectos, es esa inclinación constante a buscar los placeres, enajenarnos y hacer a los demonios a un lado durante algunas horas (o invitarlos a pasar, cada quien sus gustos). Puedo llamarlo de otras formas: éxtasis, anagnórisis, autodestrucción. Vaya, seguro nos entendemos.

Ahora va la anécdota: era fin de semana, en casa de un buen amigo, solo gente de confianza, muchas bebidas, mucho humo y el anfitrión, ese héroe sin capa que pone su casa para las fiestas, brindemos por él, haciéndose cargo de la música en pos de hacernos sentir bienvenidos, cómodos, a nuestras anchas. Tras pasar por un mal día (creo que realmente fue una mala semana) estar ahí y estar entonces fue reconfortante en muchos sentidos. Tras muchas canciones que jugaban con nuestro humor comenzaba a matizarse hacia lo ridículo, apareció About you, la atmosférica e hipnótica canción que abre este primer material homónimo de XXYYXX (discrepo con quienes lo llaman DJ) y, para mi tristeza, su único trabajo hasta la fecha.

Ya con varias copas (latas de cerveza) encima, de mi ronco pecho brotó una petición enardecida. Que pongas más rolitas de este wey, te lo suplico. Y pásame otra Corona. No mames, qué rolón, súbele. Y así fue. Pero el inconsistente fluir de las horas hizo que tras cuatro o cinco canciones el soundtrack de aquella noche apuntara a otros lados. Pude olvidar el vaso que rompí, con quién me besé o cómo volví a casa, pero de mi memoria ya no se borró ese curioso nombre hecho de cromosomas. Días después, con mis facultades otra vez a la mano, volví a él. Es uno de los discos más divertidos con los que me he topado, lo he bailado a solas, lo he propuesto para otras reuniones, lo he puesto hasta en el Uber. Escucharlo me causa alegría porque cuando me encontré con él, esa noche, así me sentía.

Este material está plagado de artificios que la electrónica, como pocos géneros, suele concebir. No es un disco apto para la radio y esa es una de sus principales fortalezas. Escucharlo es curioso pues las invenciones están dispersas en sus casi cincuenta minutos de duración. Puedo escucharlo en aleatorio, al revés, tomar sueltas algunas de sus partes y la punta de mi pie derecho ya está marcando el ritmo. Por otro lado, XXYYXX es un catálogo de referencias musicales al servirse de samplear, entre otros, a Amy Winehouse, Beyoncé, Alt-J, TLC y Chance the Rapper, detalle que reconozco como sutil y bien cuidado, pues pese a sus numerosos préstamos el disco enaltece su autonomía compositiva.

Sigo esperando a que XXYYXX anuncie un nuevo material. Gozoso estaré.


Piezas clave: About you, Fields, Alone, Never Leave.


3) Coexist y la amistad.


Mi encuentro con Coexist fue completamente premeditado, esperado, planeado en todo sentido. XX, primer disco de los geniales The XX había llegado a mí pocos meses atrás; la banda de inmediato se coló entre mis favoritas. Fue tal mi admiración por su primer trabajo que enterarme de aquel segundo, pronto a llegar, generó en mí una impaciencia enorme.

Curioso detalle que la llegada de Coexist coincidiera con una de las etapas, a la vez, de más aprendizaje y más duras de mi vida; mi salida de casa, mi salida de la ciudad en la que nací y mi introducción a un nuevo mundo, a nuevas personas, a nuevos ambientes. Culiacán, ciudad mítica, fue un campo fértil, entre otras cosas, para nuevas amistades (quién lo iba a decir) y en ese camino, sorpresa, conocí a otro fan de la banda, un buen amigo del que ahora guardo cierta distancia pero por el que sigo sintiendo una estima sincera.

Estar ahí, en esa región en común, fue un poderoso alivio, un ancla. Apenas tenía pocos meses en la ciudad e ignoraba el caudal de experiencias que tenía por delante, tanto así que hoy me considero una persona muy distinta de la que tomó aquél primer autobús hacia la capital de Sinaloa, tierra de placeres y pecados.

Llegó entonces la fecha esperada. Sorpresas al por mayor. Tras un primer disco uniforme y llano (sin ser malo; al contrario, es una genialidad) llega este segundo material cargado de matices, formas, colores, letras desgarradoras y corazones rotos. La historia de dos amantes que coexisten, a pesar de su naturaleza, de haberse lastimado. Profundo si se le tiene paciencia, complejo si se le sabe desgranar. Tal y como su temática lo propone, durante el largo del álbum conviven las guitarras y los sutiles beats de Jamie xx (cuyo álbum en solitario, In Colour, también es digno de rescatar). Resulta, pues, un balance adecuado entre ambas partes que ni en su primer álbum ni en el reciente I see you, su tercer material, supieron disponer.

Un gran álbum que abrió las puertas de una gran amistad y de una de las etapas más interesantes de mi vida.


Piezas clave: Try, Missing, Angels.


4) Ágætis byrjun; el espejo.


Sigur Rós fue un nombre que identifiqué desde temprana edad. Sin embargo, duré muchos años antes de decidirme a escuchar cualquiera de sus materiales. Me los encontraba con frecuencia por la internet y, pese a ignorarlos, mi curiosidad los recordaba. El disco del fetito (para los amigos) llegó a mí cierto domingo en plena carretera, de noche, la noche en que un nuevo universo se puso frente a mí.

Cometí el error de hacer de este disco un depositario de los momentos más alegres de mi vida, así también de las experiencias más dolorosas, los peores momentos. Mis primeros encuentros con él fueron, sí, de gran éxtasis, pero sobre todo de desahogo y allí, muy en el fondo, se fue registrando todo pensamiento y sentimiento que alguna vez me ha gobernado. He adherido tanto cada una de estas canciones a mí que volver a sus aguas resulta a la vez revitalizador y caótico. Es volver atrás, verme en un espejo y valorar todo otra vez.

Tal es su embrujo que al escucharlo me resulta imposible hacer algo más. Me exige entregarme a él por completo, cerrar los ojos, tumbarme en trance. Y es que, dejando de lado mi relación personal con este material, Un buen comienzo, con sus errores y desatinos, es un disco magistral. Dentro de su cosmos todo lo contiene, todo lo concibe, aun en su lengua ignota y lejana que temo y admiro por igual; dentro de su propuesta conceptual un pronto nacimiento todo lo evoca: el cielo y el abismo, la ternura (la voz de Jónsi) y la violencia (las guitarras), la calma y la tormenta.

Punto clave, nodal, del post-rock de aquellos años, siempre en las listas de lo mejor de la década de los noventa; punto de quiebre para lo que muchas bandas harían después. Los fans debaten si es o no el mejor disco de la banda. Yo no opino; para mí lo es y punto. Podría escribir muchas otras líneas, pero la invitación está abierta: a volver a él o a visitarlo por primera vez.


Piezas clave: Todo el disco. No hay mejor, no hay otro.






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