Despierta en medio de un sopor hermoso, con los brazos retozando como nubes y las piernas largas y placidas como dos ríos en cautela. Despierta justo en el momento en que abre sus ojos y, ni un segundo después, el cambio brusco de dimensión la confunde. Despierta y eso significa que dejó un mundo atrás, toda una vida que se condensaba en un sueño glorioso u horrible o simplemente placentero. Entra en esta su dimensión más sólida y un rostro de frente la sorprende. Un par de ojos o boca y seguramente una nariz; elementos que flotan sobre una masa perfectamente delimitada de piel que parece respirar por cada uno de sus poros. Despierta con otro rostro frente al suyo. Entre las marañas de sus mismas pestañas, aquel otro rostro que no alcanza a concebir parece despertar también, pero mantiene los ojos dormidos. Confusa y en medio del caos, justo antes de que el hilo de las realidades vuelva a tejer el lugar de la vigilia, justo antes de que las cosas tomen su forma, aquellos labios besan lo que justo entonces toma sentido, como sus labios, y se da cuenta que tiene labios y nariz y seguramente ojos. El beso perdura entre el sueño y la vigilia como un regalo y todo parece de nuevo un sueño o una realidad soñada pero no un sueño hecho realidad. El sueño, los ojos, el rostro, los labios y el beso; un dulce aturdimiento que sube desde la boca del estómago y le deshoja mariposas en el pecho. Luego el resoplido de los mismos labios, mezclados con el mismo sopor con los ríos de sus piernas que ahora se cruzan con otros ríos y sus manos, nubes que se vaporizan en otras montañas. Ahora tiene piel, lo descubre entre montes y precipitaciones que abrasan y se abrazan. ¿Y el despertar? Supongo que murió con toda posibilidad de que aquello fuera real.
Jazmín Duarte Urias.
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